lunes, 23 de marzo de 2009

Pasando los pilastros

Hay personas en el mundo con una buena ubicación, es decir, podemos llegar a diferentes lugares sin perdernos o nortearnos; hay otro conjunto de personas (en las que orgullosamente me ubico) que tienen complejo de taxistas, es decir, son capaces de llegar a cualquier lugar, por las mejores rutas, inclusive sin conocer bien el destino. Además de tener dicha cualidad, siempre cargo la Guía Roji en el coche (sé que la mía no está actualizada, pero sirve y eso es lo importante) y cuando me dirijo a un destino desconocido, checo también por internet la mejor ruta. Odio perderme, siento que cuando me pasa, todos los que me rodean se dan cuenta y seré prontamente asaltada (tengo un pensamiento mágico-trágico constante), así que lo evito a toda costa.

Desgraciadamente, no estoy exenta de perdiciones. Una de ellas, que nos tomó casi dos horas, fuimos a casa de una amiga que vive en Tecamachalco, el croquis que nos envió era muy claro: tomas Palmas desde Periférico, te sigues derecho y en la primera (primera porque era la única calle en el croquis) das vuelta a la izquierda, y luego, en la siguiente (que también era la única) a la derecha, y ¡listo! Por supuesto, no fue así de fácil, ni siquiera fue fácil, terminamos casi en Toluca (esas frases exageradas que utiliza uno para martirizarse), y luego volvimos a bajar. Cada vez que pedimos indicaciones de cómo llegar, la gente nos decía que o no conocían la calle, o no tenían idea, pero que seguro el taquero sí; oh aventura encontrar al mugroso taquero de Tecamachalco, quien, además, ¡tampoco sabía! No estoy segura de cómo llegamos a su casa, pero cuando finalmente lo hicimos, me hizo sentir mejor saber que no era la única que se había perdido, de hecho, era quien menos tiempo había estado perdida.

¿Por qué? me pregunto yo, ¿por qué la gente da mal las indicaciones? ¿Se acabaron también las personas que cuando envían un croquis, envían en realidad la página de la Guía Roji escaneada? Es como en los pueblos, cuando preguntas cómo llegar a una casa, y te dicen que ahí en casa de Chonita das vuelta, te sigues y luego vuelves a dar vuelta para allá (ahí mueven su mano felizmente hacia la izquierda o derecha, según sea el caso), pasas la casa de Juanita, y donde está el perro dormido, ahí es. Nadie nunca ha llegado a su destino con esas indicaciones, sobre todo cuando no tienes idea de quiénes son Chonita y Juanita, y cuáles son sus casas.

Esta reflexión rupestre me recordó aquella aventura michoacana que Ángel y yo vivimos hace 5 años. Mi familia putativa (es decir, la familia de mi madre putativa) tiene una casa en Tiríndaro, bellísimo pueblo en Michoacán, en el Municipio de Zacapu (es decir, rodeando, en algún lugar, el Lago de Pátzcuaro), a la que llevé en una ocasión a Ángel. Por supuesto, conocer Tiríndaro no implicaba aventura alguna, así que decidimos ir a Quiroga (por carnitas) y a Pátzcuaro (por helado de pasta), pero, de regreso, algo pasó, tal vez el enamoramiento, el fondo musical o los astros, y nos perdimos. Completamente perdidos en la noche, en una carretera en zig-zag, que no parecía llevar a ningún lugar. Al llegar a un bello pueblo decidimos pedir indicaciones, las cuales una bella señora dos dio: se siguen derecho por esta, y cuando lleguen a los pilasttros los cruzan, y ya están otra vez en la carretera, y ahí a la derecha llegan a Zacapu. Yo, amablemente agradecí las indicaciones, y al subir la ventanilla del coche, Ángel me preguntó qué eran los pilastros, yo, traté de ocultarlo, pero no pude más que reír y confesar ¡Que no tenía idea de qué era un pilastro! Esto, por supuesto, trajo una pregunta suya: entonces, ¿por qué no le preguntaste? La respuesta sigue siendo vergonzosa, me dio pena. Lo confieso: Soy Ariadna, soy intelectualoide, y no pude confesar ante una extraña mi ignorancia. Reímos mucho de vergüenza los dos, y sobre todo de ignorancia, cuando, de repente, así como si el cielo se hubiera abierto para iluminar nuestro camino (cual Mar Rojo ante Moisés) los divisamos: dos pilastros. No era nada extravagante, ni siquiera bonito, eran, en realidad, dos macetotas, ¡los pilastros eran dos macetotas feas en las orillas de la calle! Reímos mucho más, nuestra ignorancia había sido sobrepasada por la capacidad poética de la buena señora y, a partir de entonces, cuando alguien nos pide indicaciones de cómo llegar a algún lugar, yo pienso: pasando los pilastros a la derecha.

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