viernes, 3 de abril de 2009

Tejedoras

Como consecuencias de la liberación femenina y la necesidad de igualdad de sexo, a las mujeres ya no se nos enseñan muchas cosas durante la infancia: coser a máquina, bordar, tejer, planchar y demás actividades meramente de ama de casa. Ahora todas sabemos hacer las cosas que hacen los hombres, jugamos futbol, americano, juegos de video, y cualquier otro que anteriormente estaban destinadas a los niños.

Es un poco triste, a mi parecer, que las mujeres ya no realicen actividades creativas como las mujeres de antes. Mi bisabuela, por ejemplo, tejió el mantel que sigue en la mesa del comedor, bolsas con chaquira, rafia, pañuelos femeninos, vestidos, blusas, y un montón de cosas maravillosas. Mi abuela (su hija), no es y parece que nunca fue, muy creativa con las manos, es más bien una mujer tosca y práctica (sigue comentando que cuando se casó, no quería dejar de trabajar), pero aún así sabe tejer y bordar. Su hija (mi tía, hermana de mi papá) sigue tejiendo con regularidad, y es una experta en estos menesteres. Mi madre también sabe tejer, y gusta mucho de bordar a punto de cruz cuanto patrón se le atraviesa.

De niños, mi hermano Adriano y yo, pasábamos mucho tiempo en casa de mis abuelos, y ahí aprendí a hacer como que tejía (soy zurda, y mi abuela no pudo nunca enseñarme cómo tejer, y no nunca supe aprender de una diestra), a bordar punto de cruz, coser, remendar, planchar, y otras actividades femeninas. Con el tiempo, dejé de hacerlo, un poco porque como adolescente tenía otras prioridades y gustos, y otro poco porque no era productivo hacerlo (o eso sentía yo).

Hace tres años decidí que tenía que aprender a tejer, así que le pedí a mi tía que me enseñara; nos costó mucho trabajo encontrar una técnica en la que yo pudiera aprender, pero finalmente lo conseguimos (se sentaba ella frente a mí, y como espejo, repetía yo lo que ella hacía, por supuesto, al revés). Al mismo tiempo, mi mejor amiga aprendió a tejer con su mamá, así que decidimos tejer juntas, para hacer nuestras horas viendo películas y chismeando algo más productivo. Creo que ella ya no teje, pero yo seguí tejiendo, cada vez más, y aprendiendo a hacer diferentes puntos y moldes.

Me encanta, tejer me parece una actividad muy relajante, productiva, y funcional, pues lo puedo hacer mientras veo la tele, escucho música, o pierdo el tiempo. Es un hobby productivo, que además puede después usarse (literalmente), así que no me siento desperdiciando dinero y bienes en algo que permanece guardado en algún lugar de mi casa y recuerdos. Lo que no me gusta, y de ahí el motivo de escribirlo, es que ninguna otra de mis amigas lo hace, y socialmente, sólo las señoras lo hacen.

Seguramente todos hemos visto en el metro o el camión a la señora que viene teje y teje mientras llega a su destino, pero de ahí en fuera, no se ve. A mí me gustaría ir al cine y en vez de comer palomitas, tejer mientras veo la película, o sentarme en un cafesito y tejer, pero me da pena. Tal vez no debería sentirme así, pues podría decir que tampoco es costumbre ver a alguien sentado solo en algún café leyendo Moby Dick (mi lectura actual), y lo hago sin vergüenza alguna, pero tejer, eso sí me da pena.

Ayer decidí ir a comprar estambre y unos ganchos para tejer un nuevo punto que descubrí en internet (ahora ya puedo aprender en youtube y en blogger un montón de patrones, explicados fácilmente), y qué sorpresa fue entrar en la tienda: estaba repleta de mujeres de más de 50 años, todas ellas en clase (en todas las tiendas de estambre dan clases de tejido, sólo hay que comprar ahí el estambre, y la clase es gratis), platicando y comprando estambres, mientras otras mujeres (no tan mayores, pero sin duda ninguna de menos de 30, y yo, mucho más joven) esperábamos que nos atendieran para comprar estambre. Me engenté inmediatamente, pero decidí controlarme porque Ángel parecía querer asesinarlas a todas a punta de crochet, era como estar en el metro a las 6 de la tarde, o entrando a un partido Pumas-América. Me sentí completamente fuera de lugar, invadiendo un espacio que pertenece a las señoras, no a las jovencitas inútiles de ahora, pero decidí que no sólo no me importaba, sino que además lucharía contra esta situación.

Todos, hombres y mujeres, podríamos tejer y crear muchas cosas hermosas y producto de nuestra imaginación (o necesidad), podríamos también, como lo hago yo todas las noches, tejer cual Penélope esperando a nuestro amor frente a la ventana, salir a platicar y bordar unas casitas a punto de cruz y, después, sentirnos productivas y un poco más autosuficientes. ¿Por qué ya no pasa? ¿Qué hemos perdido con esta necesidad de igualdad?

¿Que ya nadie tiene sentimientos por tejer?

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