miércoles, 27 de mayo de 2009

Un buen puro


No estoy segura de qué motivó mi pensamiento, probablemente fue el sol y el ocio el domingo en Tlalpan, pero de repente me encontré pensando en el puro y los cigarros.
Los cigarros son fumados por hombres o mujeres indiferentemente, pero la pipa y el puro son exclusivos para los hombres. Esto, no lo entiendo. Sé que es una extensión del falo, pero si lo pensamos abierta y ampliamente, somos las mujeres quienes más necesitamos un falo externo (porque no tenemos uno incluido). Aún así, fumar puro es un hábito que las mujeres no tienen; o bueno, casi ninguna lo tiene.
Muchos hombres famosos han fumado puro, obvio no los recuerdo a todos, pero a dos que para mi son importantes, sí: Sigmund Freud e Ignacio Burgoa. Del primero me parece que no cabe acotación alguna, pero el segundo, un gran abogado y defensor de la justicia y legalidad, no hay palabras que puedan describirlo. Recuerdo mucho que a todas las clases llegaba con su puro, apagado, a veces lo prendía con un encendedor (nunca entendí por qué no con cerillos de madera) le daba una bocanada, y lo dejaba apagar. Una clase estuvo hablando de las buenas costumbres, y como ejemplo de costumbre dijo: como mi puro, miró su mano por ambos lados y notó que no traía uno, se veía extrañado, y se excusó por no traerlo. Maravilloso, un hombre con una costumbre que justo ese día había perdido...
Así es, los puros le dan a los hombres un cierto aire de intelectualidad, caché, como si supieran algo que los demás desconocemos... aún...
Por supuesto, vemos una mujer con un puro y no pensamos lo mismo. De hecho, creo que sólo conozco dos mujeres que fuman puro, y ambas son vistas de manera extraña, pareciera que roban un derecho que sólo un hombre intelectual puede tener. Pero, ¿si las mujeres también lo tuviéramos?

Mujeres soñaron caballos


Esta obra, dirigida por el argentido Veronesse, se presentó en la ciudad para el Festival del Centro Histórico, y después tuvo una pequeña temporada en el Centro Cultural del Bosque. El sábado fuimos a verla, y tengo que decir que estuvo muy buena, recomendable. La escenografía era pequeña y parecía descuidada, pero esa era la intención. Las actuaciones, en general eran excelentes, con personajes perfectamente elaborados y bien llevados. Con excepción de una actuación, que parecía estar actuando en algún otro lugar, sin energía, era como si no quisiera estar ahí.
Sin duda alguna es un excelente montaje, que merece el tiempo, dinero y esfuerzo que se requiera para verla.

jueves, 21 de mayo de 2009

24 horas en la vida de una mujer


Hace un año, aproximadamente, paseábamos entretenidos entre los libros de El péndulo, yo quería algo de Heinrich Böll y Ángel buscaba un buen libro de teatro, de los que rara vez consigues. Me acerqué al chico que resuelve dudas, y pregunté por los libros que me interesaban, no había ninguno, pero él se mostró asombrado de que alguien preguntara por libros de Böll, pues dijo, pocas personas lo leen (y muchas menos siendo tan jóvenes como yo) y, me recomendó a Stefan Zweig, Carta de una desconocida, específicamente, citando sus palabras dijo: es un libro que dice todo, sin necesidad de decirlo.
Al llegar a casa, lo leí. Decir que es uno de los mejores libros que alguna vez mis defectuosos ojos han podido leer, sería poco descriptivo. Es sublime, de aquellos que te cambian la vida (Aremy me preguntó un día qué libros habían cambiado mi vida, y este sin duda lo es), perfecto. Nos hicimos lectores devotos de Zwieg, he leído Confusión de sentimientos, cuentos (una compilación), y recientemente (el domingo) 24 horas en la vida de una mujer. Como los anteriores, y espero los posteriores también, es hermoso y perfecto. Una historia corta, en la que una inglesa le relata al narrador 24 horas de su vida, y cómo estas la cambiaron. Las descripciones son siempre atinadas, me cuesta trabajo encontrar las palabras que califiquen un libro como este; pero, podríamos decir que todas y cada una de las palabras, situaciones y descripciones son el justo medio siempre, me da la sensación de que nadie más podría nunca describir perfecto cualquier situación o persona, como si él fuera el detentor de los absolutos literarios y nunca dejara de usarlos.
No sé en qué lugar de los libros de Zweig que he leído está este, sé que hasta ahora el favorito es Carta..., pero después, no es claro. Son tan hermosos que jerarquizarlos sería ofender a la perfección.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Puras letras

De ociosa por la red, encontré un blog muy interesante, llamado Puras letras de Wendolin Perla. Leí dos de las entradas, y confieso que me conmovió hasta la médula. Transcribo aquí una parte que me pareció hermosa:
Cuando amo, escribo. Cuando escribo, lloro. Cuando siento, escribo. Cuando extraño, escribo: porque no hay distancia que invalide el poder de la palabra, de las letras que van hilvanándose unas con otras para traducir lo que va sintiendo el alma. Antes de morir, en vez de gritar, pediría escribir. Dejar de escribir, para mí, es señal inequívoca de que el amor se ha extinguido.

Este que ves, Xavier Velasco


El primer libro que leí de Xavier Velasco fue Diablo Guardián, un amigo me lo recomendó como una novela excelente, de temas cotidianos y escrita de manera divertida, sencilla, pero muy interesante. Aremy tuvo la amabilidad de prestármelo (ahora me arrepiento de no haberlo comprado), y me fascinó. No hay otra palabra. Es sin duda alguna, uno de los libros más divertidos y bien escritos de un autor mexicano contemporáneo, que he leido. Cuando salió el Materialismo histérico, esperé la opinión de Aremy sobre él, y no le gustó; pasó lo mismo con el siguiente, cuyo nombre ni siquiera conozco. Buscando unos libros para el regalo de cumpleaños de Ángel, me topé con Este que ves, y leí la contraportada; sonaba muy interesante, y podría ser un tema que a él le interesara. Lo compré, y pareció contento con su regalo (aunque apenas lo esté leyendo, y su cumpleaños haya sido en abril. Pero entiendo, leía Opiniones de un payaso y éste merece todo el tiempo y respeto que se le pueda dar a una de las mejores novelas escritas en el mundo).
Soy una mala regaladora, si regalo libros, quiero leerlos yo también, y en esta ocasión, así sucedió. Un domingo a medio día, después de terminar La vuelta al mundo en 80 días, comencé a leer Este que ves. Maravilloso, no lo solté hasta terminarlo (dos horas y media, no más), y me encantó.
Está muy bien escrito. No es una escritura compleja y rimbombante, son situaciones cotidianas escritas de manera cotidiana. Mantiene siempre el ritmo de la historia, las situaciones están muy bien planteadas y desarrolladas. Y, por lo menos para mí que las historias de la infancia me pegan (muy emocional resulto yo) y apasionan, fue una lectura inolvidable.
Espero, que a Aremy le regrese la buena opinión que tenía de Xavier Velasco, pero también espero que todos puedan leerlo, pues vale la pena. Lo venden en versión económica y práctica (cabe en la bolsa, no pesa mucho, la letra es grande), y puede leerse en el baño, el sillón, la cama, el camión, la escuela o en la oficina si consigues que el jefe (o maestro)no te cache.

martes, 19 de mayo de 2009

Horario de oficina


Nuevamente, me he visto en la necesidad de recurrir a la manera ortodoxa de recibir dinero: mediante un trabajo de oficina. No es, en realidad, algo que me guste mucho, pero la necesidad y las pocas opciones que ofrece el mundo profesional bien pagado, no dejan más.
Esta situación me provoca varias emociones encontradas, por un lado la satisfacción de un ingreso estable, la comodidad de trabajar sentada y en un espacio "decente" (no los hay así tal cual, pero uno lo va arreglando para que sea agradable), y creo que ya; pero, por el otro, tiene varias negativas, la obligación de cumplir con una vestimenta (no entiendo por qué uno tiene que vestirse formal, para trabajar todo el día frente a una computadora. No propongo trabajar en bata y pantuflas, pero la comodidad debería ser importante.), y sobre todo, y la más conflictiva y molesta para mí, cumplir con un horario establecido, independientemente del cumplimiento de tareas y labores.
Sé que no todo el mundo es eficiente y productivo, pero yo lo soy, puedo realizar mis actividades en mucho menos tiempo del requerido para ello; y esto me deja con muchas horas diarias sin algo qué hacer. Por supuesto, un jefe diría que siempre hay algo que hacer, pendientes o nuevas cosas por realizar, y que todo el tiempo debe ser bien aprovechado. Pero seamos honestos, llega un momento en que no hay nada más por hacer, pues si hay algunos pendientes y los hacemos ese día, ¿qué haremos el resto de la semana? Por no mencionar que no se nos contrata para inventarnos actividades, sino para realizar unas preestablecidas, o congruentes con el puesto y demás. A mí, en todos los trabajos con horario de oficina que he tenido, me sobre mucho tiempo, y me molesta no poder usarlo de manera útil o práctica, o tener que esconder lo que estoy haciendo porque no está bien visto que uno "pierda el tiempo" en la oficina.
Comprendo que hay ciertos trabajos que no permiten un horario abierto o enfocado sólo a resultados, pues es parte del puesto estar disponible por si algo más se ofrece. Éste es mi caso, y es triste. Si yo pudiera, en estas horas que no hay nada qué hacer, sacar mi libro y leer, escribir, trabajar en algo más, o simplemente chatear y navegar sin destino por internet, sería feliz; pero no es así, seguramente si mi jefe me viera haciendo algo así, se molestaría, porque "no te pagan para hacer tus cosas, sino para hacer lo que se requiere en la oficina, y para eso estás, para trabajar". Mala idea. Tener trabajadores perdiendo el tiempo entorpece su desesmpeño, pues desanima a querer si quiera venir a trabajar.
Después, existe otro terrible problema: el tiempo empleado en trabajar. Yo, entre mis 8 horas de trabajo, la hora de comida, y la hora y media de transporte (podría ser más, lo sé), estoy diez horas y media ligada a mi trabajo; cuando finalmente llego a mi casa, estoy cansada y no tengo ganas de hacer mucho, pero en casa también tengo cosas que hacer, limpiar, arreglar. Tengo pareja y perros con los que quiero pasar tiempo, y necesito energía para hacerlo (sobre todo si deseo sacar a pasear a los perros, o salir con el novio). Pero también, tengo el deseo de hacer más de mi vida, ver a mis amigos, tejer, estudiar idiomas, psicoanálisis, y hacer ejercicio. ¿En qué momento podré hacerlo? ¿Nadie se ha dado cuenta que trabajar implica un sacrificio terrible hacia la superación y satisfacción personal? ¿No sería mejor fomentar la productividad y reducir las horas de trabajo? Sé que yo sería muy feliz así, trabajaría mejor y siempre con disposición, y tendría mucho tiempo para hacer cosas que me causan satisfacción y felicidad.
Yo, no nací para esto...

lunes, 18 de mayo de 2009

"Cosas" que pasan


Aprovechando el tiempo en el que me transporto, pensaba el otro día el extraño uso que hacemos de manera coloquial de la palabra "cosa". Según la Real Academia, significa: Todo lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, real o abstracta; objeto inanimado, por oposición a ser viviente.
Dicho así, y entendida como un objeto o entidad, una "cosa" no podría ser algo que nos suceda, ni que sintamos (esto podría ser debatible, según la definición, lo concedo); pero uno suele decir que le pasaron cosas extrañas, avisamos que diremos una cosa: déjame decirte una cosa; o como deberes: tengo muchas cosas que hacer. En fin, muchas expresiones que me causan conflicto, pues no puedo concebir que soy capaz de sentir cosas, siento emociones y sentimientos; tampoco digo cosas, utilizo palabras que implican una referencia (significado, significante), y tengo obligaciones, deberes o pendientes por hacer, no hago cosas (bueno, a veces mis acciones consuman en objetos o entidades).
En cuestión de sentimientos, me parece que decir que siento cosas es una forma de negar lo que en realidad se siente, o de no aceptarlo como es, y pretender que sea algo externo a nosotros, objetos que como tales pueden transformarse o alejarse y, sobre todo, que al ser objetos, carecen de conciencia, voluntad y decisión. Así, sin duda sentir odio o tristeza o angustia es más sencillo: es sólo una cosa que se transformará, no tiene nada que ver conmigo, y yo tampoco debo hacer algo al respecto, el cambio será independiente a mi voluntad, pues es externo a mí.
No sé, tal vez a mí me gusta complicarme las "cosas" y quiero ver explicaciones oscuras y satisfactorias de una costumbre social, como lo es pedir un vaso de agua, o ver pasar un camión de bomberos, o tener un dolor en mi pierna.

Otelo


El sábado, finalmente y después de unas semanas de espera por la influenza, fuimos a ver Otelo, dirigida por Claudia Ríos, en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón (UNAM). Debo confesar que llegué con prejuicios, había escuchado críticas negativas de la obra, y esperaba que fuera algo más bien malo.
Afortunadamente, no fue así. Es decir, no fue buena tampoco, pero no era mala. La actuación de Carlos Corona como Yago fue más que maravillosa, excelente en todo momento. El resto de las actuaciones dejaron mucho que desear, Cecilia Suárez sonaba muy telenovelesca, Hernán Mendoza hacía cosas muy extrañas en escena (no sé si él las propuso, o así fueron marcadas por la directora, pero las convulsiones, los pantalones encima de la barriga, la postura, raro), y Ana de la Reguera, se veía chiquititita en escena.
La escenografía estaba muy bien, sencilla pero funcional, con poca utilería. El vestuario falló con los vestidos de Desdémona, los cuales no eran ni remotamente bonitos, la hacían ver pequeña, gorda, y no me gustaron. Tampoco comprendí por qué las mujeres eran las únicas que no utilizaron vestuario de época, como los hombres.
En general, puedo decir que es un montaje decente, aunque no lo más recomendable que hay en cartelera.

viernes, 15 de mayo de 2009

¿Quién nos posee?


Ayer, mientras platicaba con Aremy salió otra vez a colación la respuesta usual que obtengo cuando externo que yo no pretendo vivir mil años, sino que quiero una vida con calidad, placer y satisfacción, y retirarme antes de que pierda calidad de vida y humana, o mi cuerpo deje de cumplir con los cánones sociales. Dicha respuesta es: uno no decide cuándo se va a morir.
Yo, por supuesto bastante más en silencio que con cuerdas vocales, respondo que esa es una de las más grandes estupideces y mentiras del mundo. Una cosa es que no sepas a ciencia cierta cómo y cuándo pasará, pero otra muy diferente es que uno no toma muchas decisiones que nos llevan hacia un tipo de muerte (salvo, por supuesto, cuando llega sin avisar, por accidente, como que se caiga el avión en el que viajábamos, y demás). Por ejemplo, si yo tuviera diabetes, tengo dos elecciones a priori antes de morirme: acepto mi enfermedad y evito las consecuencias negativas que ella acarrea, o no la acepto y voy por la vida cual temerario creyendo que seguro a MI no me afecta. Si, decidimos por la primera, lo más probable es que no me muera de diabetes (o como consecuencia de ella, no estoy segura de cómo funciona); si, decido negar la enfermedad, la probabilidad de que mi calidad de vida se vea afectada considerablemente, y pueda incluso morirme, aumenta exponencialmente. Pongamos, en mi maravilloso ejemplo, que decido hacerme el temerario, vivo la vida loca y tomo coca todos los días y demás... mi diabetes empeora, y me cortan la pierna derecha completa (derecha porque le tengo menos afecto que a la izquierda) puedo vivir cojeando por el mundo, o (¡¡¡y aquí viene la parte interesantísima!!!) puedo suicidarme, porque no tener pierna (repito, como consecuencia de mis actos, no de un accidente) afecta mi vida, su calidad, y el futuro.
¿Ven? De que puedo decidir cómo y cuándo morirme, de diferentes formas directas o indirectas, puedo. El problema es, siempre, por qué la gente en general ni siquiera lo tiene consciente (el tener la decisión sobre la vida o muerte de uno); por qué la idea de ser dueño y amo, poseedor y propietario de su vida no es posible, así de fácil, posibilidad=CERO. Qué daño les ha hecho la idea del infierno y el suicidio... de creer que alguien más posee y es dueño del alma y demás... así, terminamos todos sufriendo de forma patética nuestros últimos años de vida, y lastimando irreparablemente a quien nos rodea.
Dios bendiga el libre albedrío, sobre todo para estas decisiones.
P.D. Que haya salido a colación esto con Aremy, no quiere decir que Aremy me lo dijo, al revés, apoyamos la misma teoría.

jueves, 14 de mayo de 2009

Tuve una epifanía


(Sentada en un diván, con las manitas cruzadas, comienzo a hablar, un poco asombrada y otro poco indignada):
Leí un artículo en el Publímetro hoy, que me hizo entender muchas cosas. Hablaba sobre la generación de hijos nacidos a partir de los 80´s propensos al éxito... o algo así, el caso es que decía que somos una generación educaca sólo para ser exitosos, y no para aceptar o manejar el fracaso. Frases como: eres muy inteligente; eres muy bueno en matemáticas; eres el mejor y más inteligente de tu grupo, y otras, ocasionan a los niños una imagen sobre ellos mismos como seres invencibles, y que esto causa muchas frustraciones cuando fracasan.
Oh sí... ja ja ja... (silencio pensativo). Yo fui educada así, siempre me dijeron que era la mejor, la más inteligente, la más bella (nunca la de mejor voz, o la más agradable, eso sí), y alguien que conseguiría todo en el mundo. Honestamente, mi familia como Oráculo, se moriría de hambre, o tal vez, yo soy el opuesto a Edipo en cuestiones de Destino (sólo en eso, nada de inerpretaciones edípicas explícitas al respecto, por favor), pues no sólo no gozo de muchas de las características que ellos veían en mí, sino que otras se me han ido quitando (la belleza, con unos kilitos de más, se va perdiendo, digan lo que digan). Tal vez, el gran problema conmigo fue que nunca me preguntaron qué pensaba yo de mí, no me dejaron decidir sola qué cualidades y aptitudes tenía, sino que me predispusieron a algunas, que al final, no me gustan, y por eso no he seguido.
No sé, tal vez, en mi caso, tenían razón, y el día que decida dejar de sentir que fracaso porque no soy perfecta (triste, lo sé, pero creo que no lo soy, por más que lo intento), y consiga todo lo que me proponga. Podría, por ejemplo, aprender a cantar ¡y hacerlo bien!

Relatividad


He afirmado, y sigo haciéndolo, que odio la literatura comercial mal escrita y cuyo único fin es la ganancia económica (best-sellers); pero, tengo que confesar que dicha afirmación tan tajante, también es relativa, porque me fascinan las películas malas, algunas de ellas basadas en libros que son best-sellers.
Antes de adentrarme en este vergonzoso tema, debo decir que me gusta el buen cine, el cine de arte y algo del cine de culto, disfruto mucho verlo, y me considero un decente espectador.
Ahora, sobre el otro tipo de cine, el comercial dominguero, tengo mucho que decir... Primero, me gusta el cine comercial gringo, películas románticas, dramas, pero sobre todo, y aquí tengo que confesar una verdadera afición, las de acción. Podría escusarme diciendo que me gustan porque a toda mi familia le gustan, y que así fui educada, pero es mucho más que eso. Me gustan, por un lado, las de aventuras y acción "clásicas"(Indiana Jones, Duro de Matar, Arma Mortal, James Bond, Los Piratas del Caribe, Hellboy); las apocalípticas, inclusive las malísimas como Poseidón, El día después de mañana, y otras sobre desastres naturales; pero, y esta es mi peor vergüenza, las basadas en best-seller. Compro boletos para las películas de Harry Potter con antelación, para poder verla el día del estreno (o al siguiente, no tardo más), veo varias veces en casa, casi cada que las pasan por cable, películas como El código Da Vinci, y otras cuyo título no puedo ni escribir.
Alejandra solía decirme que era muy exigente y ortodoxa, y que esto no siempre es bueno; que no puedo juzgar tan terriblemente a Paulo Cohelo si nunca lo he leído (y otros ejemplos sobre malos autores), pero yo creo que es como la caca, no sé de alguien que la haya probado, pero todos sabemos a priori, que sabe fea; o como el olor a muerto, aún sin haber olido alguna vez un cuerpo pudriéndose, el día que se huele, encontramos sólo una explicación a dicho olor. Así me pasa con esos libros. Sobre todo, porque caí en la tentación, y después no sólo no pude evitarla, sino que me fascinó (sí, Harry Potter es la tentación, lo leí por curiosidad científica, y terminé siendo GRAN aficionada a sus libros y películas). En materia de películas, considero que existen, según el ánimo del día en cuestión, diferentes tipos de películas, que satisfacen las necesidades (me podría excusar diciendo que es el cumplimiento del deseo inconsciente, pero también pensar que ver El código Da Vinci cumple algún deseo inconsciente, habla MUY mal de mi inconsciente), los días que estoy cursi o triste, nada como una película gringa romántica; si estoy intelectualoide, algo oriental o europeo, inclusive cine de arte gringo; si estoy echada de panza y lo único que quiero es entretenerme sin usar más de dos neuronas, no hay como una película gringa dominguera.
Así, y no de otra manera, es la situación. Además, Jesús Andrés dice que es padre verlas juntos, porque podemos burlarnos de la película todo el tiempo, y platicar mientras la vemos, sin perdernos algún detalle interesante.
Soy el remedio que me recetó el doctor para los días de cero actividad neuronal...

martes, 5 de mayo de 2009

Telenovelas


En estos días de encierro y paranoia (yo sólo he tenido lo primero) he pensado mucho en todos mis deseos oscuros y prohibidos, en todas esas cosas o situaciones que nos gustan mucho, pero nos avergüenza no sólo hacerlo en público, sino siquiera aceptarlo. Yo tengo varios, pero creo que con el tiempo algunos han dejado de estar escondidos, no sé por qué, tengo una necesidad perversa de contarle a mis amigos las cosas vergonzosas que me gusta hacer.
Por ejemplo, amo las telenovelas, la posibilidad de ver historias completamente ficticias y fuera de realidad, sobre personas que sufren de manera estúpida durante meses, sólo para terminar los protagonistas felices para siempre, y los malos en las peores circunstancias (cuando son arriesgados los escritores y directores, pueden hasta matarlos terriblemente, o morir en accidentes tontos). Me encanta que actúen tan mal, sobre todo porque sé que algunos de esos actores son excelentes (cuando uno los ve en teatro representando perfectamente un buen personaje, te das cuenta que lo otro también es actuación, no falta de capacidad o calidad), la idea de ir a trabajar y hacer tu trabajo de la peor manera, me parece fascinante. Por supuesto, es triste que sólo ahí se pueda, pues no me imagino a un médico llegando al hospital y decidiendo que ese día diagnosticará mal a todos sus pacientes y les recetará medicinas que los maten, sólo porque así gana más dinero (como pasa en las telenovelas). No pasa, triste, pero así es. Supongo que son las ventajas de que el trabajo actoral siempre implique ficción y temporalidad (sólo un personaje en un momento y lugar delimitado), porque los demás, que trabajamos fuera de ficción debemos siempre dar lo mejor de nosotros y hacer las cosas bien, pues de otra manera hay consecuencias perjudiciales para uno, o para los demás. Por supuesto, y he ahí el éxito de las telenovelas, hay mucha gente que cree que lo que sucede en ellas es real, o puede convertirse en realidad. Muchas personas, sobre todo mujeres (pues son quienes más ven telenovelas) saben que lo que sucede en la tele puede pasarles a ellas, que sólo se necesita mucha paciencia y desearlo de verdad. Maravilloso sería si así fuera el mundo, pero si este fuera el caso, seguro que nadie querría ver telenovelas, pues serían sólo documentales o parte de las noticias, y esto le quitaría el encanto.
Es como las películas de Disney, pasamos toda la infancia viendo princesas que se enamoran de príncipes que corresponden a su amor, pasan momentos de tristeza y dolor, pero todo es soportable porque después, cuando se casan, son felices para siempre. Es como pagar con un poco de dolor la felicidad que nos espera. Por supuesto, los golpes de la vida y el dolor que se vive realmente, no es tan hermoso como en la ficción, podemos pasar años, o toda nuestra vida sufriendo, esperando siempre el momento en que mágicamente nuestra situación va a cambiar, ¡como si eso fuera posible!
Tal vez, la razón por la que uno ve las telenovelas y las películas de Disney es más sencilla y no implica emitir un juicio tan terrible sobre el espectador; podría ser que uno las disfruta porque es la única manera en que podemos vivir historias con finales felices, pues sabemos que en realidad, estamos destinados al sufrimiento eterno, y sólo un poquito de felicidad...