jueves, 17 de septiembre de 2009

Réquiem


Quien me conoce, sabe que no creo en lo sobrenatural, en Dios, o en cualquier ente que implique actos de creencia y no de raciocinio. A pesar de esto, también conocen mi capacidad extrasensorial de "adivinar" el futuro. Soy conocida en el bajo y pequeño mundo como Guru-Ari, y puedo preveer muchas situaciones, que terminan haciéndose realidad. No sé si es porque tengo la capacidad de leer en las personas su "inconsciente" (necesitamos nombres y términos científicos, por supuesto) y poder así inducir lo que harán después; o, si es que soy tan poderosa que no es el futuro lo que veo, sino que al nombrarlo, mis afirmaciones se convierten en realidad. Esta última opción es más interesante, porque implica un genio de los deseos o algo así, lo que nombro, se hace realidad. Por supuesto, como el Rey Midas, tiene su lado bueno y otro malo.
He podido preveer lo que le pasa a los demás, y a veces lo que me va a pasar a mí, siento con horas de antelación que voy a encontrarme con alguien, y así sucede. Pero, también siento las tragedias antes de que acontezcan. Esto me pasó el domingo... mi abuela llevaba dos semanas muy mal, un poco por la edad (91), otro por las consecuencias de ser fumadora pasiva, y otro más por razones que yo no alcanzo a comprender (mi conocimiento médico es en realidad bastante reducido). Yo sabía desde octubre que estuvo internada en el hospital, que le quedaba relativamente poco tiempo, pero no podía saber cuánto. En navidad, le comenté a mi prima que debíamos aprovechar esa navidad porque sería la última de mi abuela. Así, el jueves pasado fui a verla; ya estaba muy mal, no caminaba nada, estaba conectada al tanque de oxígeno (que amorosamente compartía con su marido), y no se le entendía lo que decía. Estuve un rato ahí, con ella, la tomé de la mano y le sonreí... lloré un poco porque era ya inminente el futuro... platiqué con mi abuelo lo maravillosos que han sido siempre conmigo, cómo nos consintieron, quisieron, educaron, y dieron mucho más de lo que pueda yo decir. Me sentí triste pero contenta. Sin asuntos pendientes. Tal vez, sólo decirle a mi abuela lo mucho que la quiero y adoro, lo importante que ha sido para mí, y lo feliz y dichosa que me siento de haberla tenido por abuela y casi-madre.
Finalmente, el domingo, leyendo y pasando el tiempo en Tlalpan, me puse triste, tenía una necesidad incontenible de llorar, platiqué con Ángel mucho sobre la eventual muerte de mi abuelita, de cómo me sentía al respecto, de todo... Estaba muy triste, más de lo que podía entender...
Ese día, por la tarde, falleció. Me llamó mi prima a las 7, y lo supe en cuanto sonó el teléfono... ella lloraba tanto que no podía hablar, así que me lo dijo su novio: tu abuelita acaba de fallecer... así de rápido, el mundo se me vino abajo, comencé a llorar y me apretó algo dentro, aún no sé qué, pero me aprieta y apenas me deja respirar. Yo lo supe todo el día, lo sentí todo el día... debí correr a verla, despedirme de ella (otra vez, pues lo hacía cada vez que la veía), decirle en voz alta que la quería... tomar su mano mientras moría, no sé... algo. Hacer algo para prolongar la realidad inevitable.
La muerte es un absoluto, creo que el único que existe. Nunca más volveré a verla, no la escucharé más, ni podré reirme con ella como lo hacíamos antes... su casa está llena de recuerdos y familiares muertos que nos acompañan. Ella ya está, como lo pedía, con sus hermanos y padres. Está muerta y con esto tranquila, sin sufrimiento ni dolor. Yo no creo en el cielo ni que haya algo más después de la muerte, por lo menos no para su cuerpo o alma. Dejó en cada uno de nosotros, y de forma diferente, algo. A mí me dejó llena de buenos y hermosos recuerdos, de amor y cariño, de palabras y leyendas. De todos los buenos actos, sentimientos y palabras que alguien pueda dar a otra persona. Me dejó llena de ella, aquí la tengo, conmigo, todos los días estará conmigo.
Me gustaría que alguien me dijera lo que yo significaba para ella, que no sea sólo yo quien interprete esto como un amor absoluto, porque lo sé, me amaba y estaba feliz y orgullosa de mi. Una de mis tías me lo dijo: eras todo para ella, te adoraba y fue la más feliz cuando naciste. Espero que así hayan sido todos los días, que yo haya sido capaz de ser todo lo que ella esperaba. Porque así, sólo ella me importa en esto, sólo esperaba SU aprobación y satisfacer sus expectativas. Por qué, no sé, pero así es. Para mí no hay ni habrá nadie más importante y trascendente, y espero que ella, antes de morir, lo supiera. Porque no era cualquier persona, era la mejor y más importante.
Su papá murió el mismo día hace 42 años... y ella que sí creía en esto, debió de sentirse acompañada porque su papá vino por ella, para llevársela... con ellos...
Nosotros, aquí, nos quedaremos con todo lo demás, dentro de mí, en todo lo que soy y hago.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Disertaciones educadas


Ultimamente María y yo hemos platicado mucho sobre las buenas costumbres y la educación social. No es que ella esté del todo en contra del Manual de Carreño, pero sí cuestiona varias normas, sobre todo las que ya no son vigentes (como bajar del caballo y cosas así); pero, me preguntó brillantemente cuál era la causa de las buenas costumbres, y yo contesté que sirven, básicamente, para evitarle a los demás molestias, saber cómo comportarse para no incomodar al otro. Así de sencillo, es sólo para vivir en armonía.
Sin duda, se presentan conflictos de intereses, como en todos los conjuntos de normas, pero yo no creo que sea demasiado complejo resolverlas.
En cuestiones de hospitalidad, es decir, cuando invitas a alguien a tu casa, yo soy de la idea de que uno debe atenderlos (por eso los invitas), hacer de su estancia en tu casa un momento agradable. Esto implica, ofrecerles algo de tomar o comer, y estar a cargo del orden y limpieza durante la reunión. Esto implica que, si los invitas a comer, no debemos permitir que sean ellos quienes levanten sus platos o los laven. Claro, uno como invitado, debe ofrecerse a ayudar a limpiar, levantar el plato de la mesa cuando terminas de comer, llegar con algo para la reunión o los anfitriones. En realidad es sencillo lo que uno debe hacer... o por lo menos eso creía yo...
He descubierto que las buenas costumbres parecen entes extraños y desconocidos para muchas personas. Han venido a nuestra casa varias personas y demostrado, en cada una de sus visitas, una falta absoluta de educación y buenas costumbres. En una ocasión, una invitada se metió a la cocina, y sin pedirlo, se sirvió café... Por supuesto, quien me conozca podrá saber que ganas de matarla no me faltaron (para suerte suya, yo me enteré hasta después). ¿En qué mundo uno puede hacer eso? Yo, ni siquiera en casa de amigas de toda la vida, o de mi familia me atrevo a hacer algo así, NUNCA, sería motivo de traición a la patria, pena de muerte, y cualquier tortura aplicada por la Inquisición.
¿De verdad es tan complejo portarse educadamente? ¿Soy yo la que exagera? O, simplemente, las buenas costumbres dejaron de ser importantes, y ahora lo socialmente aceptado es ser groseros, violentar al otro, y vivir en un egoísmo descarado. Espero que no.