jueves, 21 de julio de 2011

Mejor salúdame de beso


Yo no tengo, así que no puedo hablar vivencialmente de la comezón en los huevos, pero sí que puedo escribir sobre esta maravillosa práctica, desde el punto de vista del espectador (que en estos casos es mi favorito).

No sé a ciencia cierta en qué radica, lo he platicado con muchos hombres, y creo que las causas de un rascado excesivo de huevos son dos: la higiene y la educación.

La higiene porque (y aquí no sé, porque yo como mujer no tengo de esos, y mi mamá no me enseñó a mantenerlos bien limpios, ji ji ji) si no está bien limpio (es decir, libre de residuos), da comezón. Así de fácil. Obvio no es la única causa de la comezón, pero sin duda alguna es un factor que influye mucho. Cuando uno tiene el aquellín bien limpio y fresco (conozco hombres que se ponen talco u otros menjurjes para mantenerlo fresco y al tiro. Nota: no los conozco por experiencia propia, sino que soy testigo de oídos) no hay muchas razones por las que uno pueda sentir comezón y, como consecuencia, rascarse.

La educación porque los padres (o madres) deben enseñara sus hijos a no rascarse en público. Sí, es una acción inconsciente, pero gracias al padre ( o madre) jodón, podemos hacerla conciente y erradicarla de nuestras vidas. Hay muchos hombres que no se rascan en público, y no creo que sea porque no les da comezón de vez en cuando (con o sin higiene, a veces hay ataques de comezón que son inevitables, inclusive en las partes prohibidas e inalcanzables de nuestra anatomía), sino que han sido educados para contener esa acción, o buscar la forma de hacerlo discretamente, sin que el resto del mundo se dé cuenta.

Ahora bien, ya que sentamos las causas del rascado de huevos, hablemos de lo feo que es ver a un hombre rascándose en público, como si eso fuera lo más delicioso del mundo y, por tanto, impostergable. Por supuesto que hay todo tipo de rascados (o situaciones en las que se presenta), el que se rasca cuando da clases (o las recibe), cuando viene manejando, cuando está sentado en la oficina (solo o acompañado), cuando está dormido, y cuando está simplemente parado en la calle (yo quiero pensar que esperando).

Por su esto fuera poco, sigue lo peor de lo peor de lo peor: el saludo o contacto físico. Obviamente una persona que se rasca indiscriminadamente los huevos NO se lava las manos después de hacerlo, así que anda con manos huevosas todo el día (o hasta que se lava las manos, y después de vuelve a rascar, y así, en un círculo vicioso de poca higiene) y con ellas SALUDA A QUIEN SE ENCUENTRA, literal, te pone los huevos en la mano...

Ante esta situación tan asquerosa, yo veo dos opciones: si eres zurdo está bien rascarse los huevos (al final, saludas con la derecha, así que no hay problema), y si no, mejor salúdame de beso.
Los hombres que se rascan los huevos todo el tiempo.

Los judíos siguen siendo un buen partido


Inspirándome en una nota que leí hoy en el Publímetro, he decidido escribir esto, haciendo incapié en que no pretendo hacer comentarios racistas o discriminadores, sino sólo un análisis de los prejuicios sociales (o una comprobación de los mismos).
La nota afirma que los hombres no circuncidados son más propensos (76% más) a contagiarse de SIDA. Así pues, mi mamá tenía razón al decir que los judíos eran los mejores hombres para tener como maridos (curioso, pero ella no se casó nunca con uno, así que quién sabe de dónde sacaría estas ideas), pues son trabajadores, honrados, tienen mucho dinero, y además provienen de una sociedad (o cultura) solidaria. Obvio, ahora habrá que sumarle que además, por estar circuncidados, tienen 76% menos probabilidad de contraer SIDA. ¡Vamos por ellos!

P.D. Por supuesto habría que aceptar que este es sólo un razonamiento falaz, porque nos basamos en la idea (tonta o falsa) de que el sida sólo se contrae por esto, y no por la falta de educación, prevención y cuidado que debe tener toda persona sobre su vida sexual (hablemos aquí sólo del tema de los condones, lo demás no lo tocaremos). Pero bueno, si comenzáramos a hablar de salud y responsabilidad sexual, este post se convertiría en lo que no es, y lo importante es que debemos buscar un judío por mario. PUNTO.

En el coche como en el baño


Sé que no es ninguna novedad, pero desgraciadamente no escribo con la constancia con la que debería aquí, así que de repente miles de ideas se me juntan y no sé cómo comenzar o por dónde; lo más triste es cuando ese conflicto se traduce en un olvido por escribir. Espero que hoy no sea el caso, pues me siento particularmente inspirada para escribir.

Todos los días, para ir a trabajar, recorro una distancia considerable (en realidad no, son menos de 15 Km. pero el tránsito crea una ilusión de grandes distancias) y, gracis a que la calle por la que subo a Santa Fé es de doble sentido, puedo disfrutar una hora de observación hacia quien valientemente baja del cerro para ir a trabajar (o a algún otro lugar, no lo sabemos).

El automóvil es para mí una extensión de mi casa, de mi espacio; es un espacio en el que puedo ser yo, y hacer muchas cosas privadas, a veces olvidando que el hecho de que esté cerrado no significa que no se pueda percibir lo que haces dentro.

Entonces, todos sabemos que es común que las mujeres se maquillen en el coche, entre semáforos y claxonazos las ves, poniéndose la base, el rimel, las sombras, el labial, y cuanta magia traigan en sus pequeñas bolsitas de cosméticos. Esto nos parece hasta cierto punto normal, puesto que los traslados implican mucho tiempo y distancias, que pueden ser perfectamente aprovechados en convertir un rostro feo e insípido en una mujer interesante y joven (ja ja ja). Lo que NO es común, o por lo menos para mí no lo había sido, es ver mujeres DEPILÁNDOSE EL BIGOTE Y LA BARBA en el coche, a la vista de todos los demás. Sí sí sí, es mejor quitárselos en el coche que en la oficina, e inclusivo mucho más que andar todo el día con los bellos adornando el labio (o la barbilla), pero POR DIOS, ¿cómo puede ser una buena idea hacer esto?

Por supuesto que al escribirlo y pensarlo me surgen argumentos en contra y a favor, pues finalmente yo también lo he tenido que hacer (de ahí que pueda profundizar más sobre el tema y sus diferentes cuestionamientos), pero no por eso deja de ser curioso. Yo, por ejemplo, me he maquillado, depilado, comido, bebido, dormido (nunca en el volante, pero sí que lo he hecho con el coche estacionado) y, lo más divertido, cambiado de ropa en el coche. Es como si uno pudiera hacer lo que fuera porque nadie más te va a ver ¡pero ése es el error! las veces que me he cambiado la blusa, pantalones o falda en el coche, he tenido bien conciente y claro que los demás conductores y pasajeros pueden verme (e inclusive mis calzones, si no hago el cambio con agilidad y sutileza).

Esta es la razón de mi asombro: la concienca. Yo soy absoluta partidaria de hacer lo que a uno le dé la gana, lo que sea, siempre y cuando no afecte a otros o, si los afecta, éstos éstén de acuerdo. Y esto va desde abrir la boca para hablar, hasta las perversiones más oscuras y perversas que podamos pensar (me encanta usar pleonasmos tontos en este tipo de argumentos, ustedes perdonen). Eso sí, no podemos olvidar la conciencia y responsabilidad que implican. Si vas por la vida picándote la nariz y sacándote los mocos, está bien, pero después no chilles porque la gente no quiere saludarte de mano, o porque te ven feo. Así es la vida. Por lo mismo, expreso la siguiente recomendación a todas las mujeres que lo hacen:

Los bellos del rostro son una maldición horrible y cruel para todas las mujeres que los padecemos, pero es casi tan horrible tener barba y bigote como observar que una mujer se quito esos bellos. No lo hagan en el coche, porque hacerlo ahí es igual de público que hacerlo en una mesa del restaurante: todo el mundo lo nota y proyectan una falta de recato y decencia que no resulta atractiva para nadie.
Lo siento, pero así es.

miércoles, 20 de julio de 2011

Amigos en el trabajo


Desde pequeña he pensado que los amigos se conocen en diferentes momentos y etapas de tu vida, pero que si se vuelven amigos es porque compartirás con ellos una parte importante de tu vida (emociones, escucha, palabras, cariño, empatía, etc.), pero nunca había hecho conciente que la mayor parte de la gente tiene amigos con los que no convive mucho, y no-amigos con los que convive muchísimo.

En el trabajo, por ejemplo, uno pasa ocho o más horas y, además, tienes que comer; así que te haces "amigo" de otras personas que también trabajan y comen aquí, y empiezas a convivir. Al principio las pláticas giran sobre temas relacionados con el trabajo, pero después, empiezas a abrirte y le permites a los demás que te conozcan (y esperas que el otro también quiera que lo conozcas) y comienzan las amistades laborales. Esto deviene en una situación absolutamente curiosa para mí, porque son tus amigos en el trabajo, pero muchas veces (yo digo que la mayor parte de ellas) no tienes nada en común con ellos, y por lo mismo tampoco los ves fuera de la oficina, al salir del trabajo dejas también la amistad y en caso de que alguno de los deje de trabajar en la misma empresa, se termina también la amistad (sin muchos aspavientos).

Es curioso porque uno puede pasar horas y horas, 5 días a la semana, con alguien que no consideras (interna y honestamente) tu amigo, o a quien sólo aprecias, más no quieres. Compartes con ellos tantas cosas, importantes y no, te ríes, te cuidan y apoyan cuando tienes algún problema, te escuchan, y viceversa todo lo anterior. Pero, saliendo de la empresa desaparecen.

Ya que lo escribo, puedo decir que también me parece triste que consideremos dispensable a alguien que todos los días nos acompaña, bajo una premisa falsa de que es sólo porque trabajas con él/ella, y no la realidad: algunos son buenas personas, y muy buenos amigos.