viernes, 21 de octubre de 2011

El GRAN ingeniero...

Casi no hablo/escribo de mi familia aquí, o tal vez sí y no estoy del todo consciente. El caso es que nunca he hablado, explícitamente, de mi abuelo* (y no quiero hacerlo de forma póstuma, como con mi abuela) y es justo y necesario.

Para empezar puedo contarles que mi hermano mayor y yo pasamos mucho tiempo con mis abuelos, mucho, mucho, mucho. Si estábamos enfermos, mi mamá nos subía al coche en la mañana y nos iba a dejar con la abuela (su ex suegra, no su madre), quien nos cuidaba. Si salían de viaje (mamá, papá o ambos) a quedarse con los abuelos (mi mamá a veces nos llevaba con unos amigos, pero eso no era tan seguido). Jugábamos en su casa, teníamos mil cosas ahí, mi abuela nos ayudaba a hacer las conferencias (porque no nos dejaban tarea, así que ella corregía las conferencias y el diario), nos acurrucaba y contaba cuentos para dormir (les he platicado de la historia de Benito Juárez, ¿no?), nos llevaban de vacaciones, a Reino Aventura, etc. etc. etc.

Por si alguien tiene dudas, mis abuelos son lo más maravilloso del mundo, lo máximo de lo máximo, no hay palabras que lo puedan expresar completamente, así que ustedes perdonen si mis palabras se quedan cortas...

Entonces, mi abuelo, EL Ingeniero (porque es ingeniero químico y la gente siempre le ha dicho Ingeniero, nadie le dice señor), acaba de cumplir 90 años, y dos de ser viudo. Pero, cuando era más joven, y yo también, era un hombre activo. Siempre ha caminado, o por lo menos así lo recuerdo yo, como pollo espinado, lento pero con unas zancadas enooormes (es alto, mide 1.87mts.), no muy rápido... no sé, a mí me daba la sensación de ser un hombre que no tenía prisa porque sabía que llegaría a su destino. Flaco, flaco, flaco, como si fuera a romperse; aunque una época (tendría yo 10 años) estuvo un poco panzón, supongo que botanear Churrumais y cacahuates antes de cenar le hizo justicia.

Tengo maravillosos recuerdos de mi abuelo en la alberca con nosotros, enseñándonos a nadar, jugando, cuidándonos. Cuando nos llevaban a Mi Ranchito (un hotel en Villa Juárez, a donde íbamos cada septiembre, para cobrar una renta) él jugaba dominó y cartas con nosotros (ji, recuerdo el año que perdimos una pieza del dominó, no estaba muy feliz que digamos), nos enseñó a jugar Cubilette (aunque sigo sin estar segura de cómo se juega), eso sí, si jugábamos Uno era mi abuela quien jugaba con nosotros. El caso es que estaba ahí, enseñándonos, dedicándonos tiempo, amor, cuidados, nunca mesuró nada. De hecho, hace poco me dijo que nos dio todo lo que pudo darnos y que si hubiese podido, nos habría dado más (¿cómo puede pensar que había más que dar cuando nos dio todo y más de lo esperado, obligado o deseado?), así nada más, ésa calidad humana.

Cuentan sus hijos que no fue un padre muy cariñoso, sino un poco distante físicamente, pero yo no recuerdo así a mi abuelo. Sí recuerdo que no era de abrazos y cosas así, pero no era frío, por lo menos no lo es con nosotros.

No estoy diciendo que fuera un santo o perfecto, porque no creo que alguien pueda serlo, pero estoy convencida de que llega un momento en la vida que uno debe escoger qué quiere recordar de los demás, y yo de mi abuelo esto es lo que quiero recordar. Si tiene errores no me importan, no los tuvo conmigo (con excepción de la vez que me gritó porque mi papá no fue a cuidarlos y no tuvo ni la amabilidad de avisar... que no era culpa mía y a mí me tocó el grito) y no es lo que yo quiero recordar de él.

Sí, sí, sí, cuando llegué a la adolescencia, fue un poco difícil convivir con él, porque él sí sabía y yo no porque estaba muy joven. Pero, vamos, que todos los adolescentes son difíciles en esa época, así que nada nuevo.

Hace 6 años, con 84 en su haber, enfermó y terminó en el hospital (los detalles no interesan ahora), 6 semanas después regresó a casa, con 24 kilos menos, y más viejo (yo digo que fue la consecuencia de jubilarse, porque vayan ustedes a saber qué debe hacer un hombre en su casa todo el día cuando trabajó 75 años). Por cuestiones de salud, a partir de ese momento necesitó atención constante, así que los hijos (suyos) se organizaron para estar con ellos, blablabla. Esta no fue una época sencilla para mí, él era muy demandante, y no sabía cómo lidiar con eso...

Finalmente, hace dos años murió su esposa, algo terrible y tristísimo para todos. Pensamos, en ocasiones, que mi abuelo podría morir pronto, de tristeza... pero no fue así. Y, algo mágico pasó, de repente me dí cuenta de que había pasado los últimos 3 años enojada con él, y que no quería que eso continuara, uno no sabe cuándo pasan las cosas y yo quería disfrutar todos y cada uno de los días que lo viera. No sé qué pasó en él, pero también cambió conmigo, se deja abrazar, apapachar, consentir, querer, como si se hubiera caído la coraza que traía y ahora fuera sólo él quien estaba ahí.

Estos últimos dos años han sido tan maravillosos como mis recuerdos de él, he disfrutado cada minuto en su compañía, le he dado y he recibido amor, atención, tantas cosas. Tal vez ya no se meta a la alberca con nosotros, ni nos lleve a Reino Aventura ni juegue dominó, pero sigue siendo un placer estar con él, y puedo decir que me siento afortunada de que él, EL Ingeniero, sea mi abuelo.

*No sé si a alguien le interese, pero mis abuelos, de los que siempre hablo, son los paternos.

1 comentario:

  1. ¡Conmovedor! Yo no tuve abuelos, (bueno uno sí pero lo vi dos veces y la segunda fue en el funeral), pero de haber tenido, me habría gustado que fueran así.

    ResponderEliminar

¿Soy sólo yo?