martes, 26 de junio de 2012

Dos nombres, dos, no uno.

Me quedé pensando en lo que escribí sobre mi nombre, y luego ese pensamiento brincó al de los dos nombres: sobre los padres (o quien sea que lo haga) que decide ponerle dos nombres a los críos.

Haciendo conciencia, es súper común que la gente tenga dos nombres, casi tanto como tener uno, pero tres, por ejemplo, no es tan común; conozco tres personas con tres nombres de pila cada uno, que justo por esta razón, se han quedado grabados en mi mente: Dulce Amancer Estefanía; José Manuel Alejandro; y el otro se me acaba de olvidar (chale). El caso es que no es común, no pasa con tanta frecuencia como uno pensaría.

En cambio, los dos nombres son el pan de cada día. Ponerlos, que no usarlos, y de ahí mi pensamiento recurrente hacia ellos. Mucha gente tiene dos nombres, pero sólo usa uno, el otro suele omitirlo (completa o parcialmente), usar sólo la primera letra como para no olvidar que ahí está, pero sin otorgarle el lugar o importancia de un nombre, y algunos, pocos, usan los dos.

Así que, pensaba yo en la razón de que ciertos nombres dobles sean más usados que otros, por ejemplo Miguel Ángel, José Antonio, Juan Carlos, Luis Carlos, José Ramón, María de la Luz (aunque le digan Mariluz, o algo así, ahí están os os)… casi todas estas combinaciones están formadas por un nombre de dos sílabas. ¿Será esto lo que fomenta su uso doble? ¿Es la rima que se crea entre ellos?

Estoy completamente de acuerdo en que cada quien puede tomar decisiones sobre su propio nombre, pero más bien, lo que me genera duda es la decisión de los padres. Suelen ponerles dos nombres porque les gustan ambos (los nombres), y creen que poniéndolos pasa algo, y no se dan cuenta de que da igual cómo te hayan puesto, si nunca lo usas. Entonces, ¿para qué? O de plano es sólo una de esas cosas pendejas que hacen los padres quesque porque son mejores para sus hijos.

Porque el nombre es eso, lo que te nombra, la palabra que nos conceptualiza, es algo bien importante, no nimiedades. Es más, es tan importante que hay gente que decide cambiárselo legalmente (borras el anterior, deja de existir), o que optan por otro nombre para mentarlos (una tía decía, cuando era niña y le preguntaban su nombre, que se llamaba Coquis, no Sara Esther).

No sé, tal vez si yo me llamara María Ariadna, o Ariadna Petroncia (por aquello de dolorosa) entendería qué se siente o motiva que usemos uno u otro. Porque yo, si me llamara Ariadna Petroncia, pediría que me llamaran Petroncia, que es un nombre demasiado chingón como para dejar en el olvido.

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