miércoles, 24 de septiembre de 2014

Uf, lo cotidiano.

No sé a ustedes, pero a mí, lo cotidiano, lo que hay que hacer día a día, a veces me resulta complejísimo y complicadísimo. No me refiero a hacer lo que uno hace diariamente, todas las cosas, sino algunas.

Por ejemplo, a mí, escoger dónde comer, los días que no como en casa, me resulta una T O R T U R A. Siempre pienso que quiero otra cosa, pero no sé cuál y debo descubrirlo, porque (lo sé), la opción que escoja no va a ser la mejor. Casi siempre me queda un dejo de nostalgia, después de comer, por esas otras opciones que tenía (¿?) y no elegí. A veces, esta situación me produce tanta frustración, la incapacidad de decidir, que puedo terminar en un mar de lágrimas o, si ya me enojé, sin comer. Y, lo peor de todo, es que una vocecita en mi cabeza, mientras sufro elegir, me grita: "¿Pero por qué tanto pinche drama? ¡Es sólo UNA comida, no es para tanto! Escoge un lugar que te guste y ya, mañana podrás ir a otro y así. No es para tanto". Obvio, para esa vocecita, no es para tanto, pero a mí, se me puede ir la vida en ello.

Escuché en una clase de psicoanálisis, que ése es el típico comportamiento del obsesivo, no tomar una decisión, no dar el paso, quedarse en el "drama", inventando vericuetos para evitar el camino recto, preferir rodear y hacerse pendejo antes de poder tomar una decisión. La maestra dijo "ustedes pongan a dos neuróticos obsesivos a escoger si van al cine o a cenar, y verán que no harán nada", y claro, toda la clase reía, mientras yo pensaba que no causaba risa, que es una situación bien frustrante y compleja. Porque no es que uno "no quiera", que no se le dé la gana, es que uno NO puede escoger, va más allá de toda voluntad. No se puede. Porque, claro, ahí se juegan más cosas que sólo una comida.

Como esto, hay mil cuestiones. Me pasó con la bicicleta, yo moría por andar en bici, ahorré y fui a comprarme una, escogí una bien bonita y de regreso a casa, en el metro, con la bici, no paraba de llorar porque me daba miedo. La amiga con la que iba me dijo que no era para tanto, que no tenía por qué usarla, que el simple hecho de haberla comprado ya era un avance enorme y debía vivirlo como una victoria, no como un nuevo reto o una traba infranqueable. Sí, yo lo entiendo, pero me sobrepasa. Otra vez, no es que yo no quiera dejar de hacer drama por algo tan ridículo como andar en bici (sí, ya dirán ustedes que de dónde la necedad de usar la bici, si me causa tantos conflictos. Más fácil usar el bus y ya), es que no puedo. 

Alguna ocasión, en análisis, me di cuenta que esa angustia que me producen esas situaciones, eran justo aquéllas en la que mi Deseo estaba en juego. Que ante el deseo lo único que yo podía hacer (yo no, mi inconsciente) era angustiarme y querer huir. Y claro, eso está bien cuando hablamos de cosas cabronas, como ser psicoanalista contra todos y todo, con trabas e imposibilidades económicas, sin apoyo... bla bla bla. Pero que el deseo se juege en usar o no la bici, comer o no algo rico... suena un poco ridículo.

Ahora, después de mucho análisis y huevos (porque vaya que hacen falta huevos para no salir corriendo ante la angustia), he aprendido a delimitar la angustia, a darle un rodeo cuando no puedo atravesarla, pero no a quedarme atrás. También, he podido distinguir esas batallas que no valen la pena ser peleadas (si de plano no puedo escoger qué comer, lo más barato y a la chingada, total, ni me va a hacer feliz, así que mejor gastar poco... o simplemente no comer y ya, que no me voy a morir por eso). Hay ocasiones en que sí he podido atravesar la angustia, una de ellas fue la bicicleta, de tanto intentarlo y llorar (qué ridícula debía de verme en la calle, con la bicicleta al lado, a moco tendido porque no puedo subirme en ella y rodar), un día lo disfruté... y no hubo forma de bajarme. Ahora la utilizo para desplazarme a casi cualquier destino y me encanta. Porque, ahí está el secreto: lo que hay del otro lado de la angustia es justamente el deseo. Y, si uno es capaz de franquearla, lo que sigue se disfruta (nótese que la parte compleja es "ser capaz").

Tal vez rodearla no sea exactamente una victoria, pues la angustia sigue, de alguna forma, acechándome, pero tengo la tranquilidad de saber que, mientras esté detrás y no delante, puedo lidiar con eso. Además, he aprendido a disfrutar esas actividades que me permiten rodearla. Soy muy organizada (sí sí, al borde de lo patológico, pero me funciona) y eso me gusta. Disfruto planear mis actividades, listas de pendientes, organizar documentos por orden e importancia, alfabetizar y catalogar mis libros... Todas esas actividades que parecen alejarme del objetivo son, en realidad, los pequeños pasos que me acercan, poco a poco, a mi destino.

Porque, en esto sí es cierto que el jardín es más verde del otro lado de la barda.

1 comentario:

  1. Yo soy un poco al revés. Justamente es en lo cotidiano donde mejor me desenvuelvo. Estoy muy bien en mi zona de confort aunque, cuando he tenido que tomar decisiones drásticas, las he tomado. Un besote!!

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¿Soy sólo yo?